Yo Creo
Creo en el sol
Aún cuando no brille.
Creo en el amor
Incluso cuando no lo siento.
Creo en Dios
Aunque esté en silencio.
Escritura encontrada en las paredes de un campo de concentración durante la Segunda Guerra Mundial
I. Poco después de inaugurar el Seminario Bíblico de Dallas, fundado en 1924, casi fracasa. Llegó al punto de la bancarrota. Todos los acreedores estaban listos para ejecutar las medidas a las doce del mediodía de cierto día. Aquella mañana los fundadores junto con el personal administrativo y estudiantil decidieron reunirse en la oficina del presidente para orar de manera intensa y pedirle a Dios un milagro. Cuando le llegó el turno de orar al presidente, éste se limitó a decir simplemente: “Señor, sabemos que eres el dueño del oro y de la plata, que el ganado de todas estas tierras te pertenece, eres el dueño de la tierra, por favor, vende algún ganado, envía el dinero y ayúdanos en este tiempo difícil”.
Aproximadamente a una hora de esta reunión, un texano con ropa de hacendado entró a las oficinas del seminario.
-¡Hola!- le dijo a la secretaria. –Acabo de vender dos camiones de ganado allá en Fort Worth. Yo he estado tratando de cerrar cierto negocio y no he podido, le he preguntado a Dios que hago con este dinero y ¡siento que Él me ha respondido que lo done al seminario!- La chica tomó el cheque y se dirigió corriendo al salón de oración, tocó la puerta donde el grupo estaba reunido aún. EL presidente tomó el cheque en su mano y escuchó la breve historia, comprobó que era exactamente la suma de la deuda que tenían, volteó hacia ellos sonriendo y con lágrimas en los ojos, dijo a su personal y estudiantes: -¡Señoras y señores, Dios ha respondido, vendió su ganado!- (Vendiendo Ganado. Howard Hendricks )
II. Mientras la sequía se prolongaba por lo que parecía una eternidad, una pequeña comunidad de granjeros se enfrentaba al dilema de que hacer. La lluvia era importante, no sólo a fin de lograr cosechas, sino para mantener el modo de vida de los habitantes del pueblo. En tanto el problema se hacía más urgente, la iglesia sintió que era el momento de participar en el esfuerzo y planearon una reunión de oración para pedir la lluvia a Dios.
En lo que parecía ser una parodia de un ritual de los indígenas, la gente empezó a llegar poco a poco. Pronto llegó el pastor y observaba desfilar a su congregación. Iba de grupo en grupo mientras se hacía paso al frente para dar inicio oficialmente a la reunión. Todo al que él se encontraba estaba hablando a través de los pasillos, disfrutando de la oportunidad de conversar con los amigos. Cuando el pastor al fin ocupó su lugar al frente de su rebaño, pensaba en la importancia de acallar a la multitud y comenzar el servicio.
Justo cuando empezaba a pedir silencio noto una niña de 11 años sentada en la primera fila, angelicalmente rebosante de entusiasmo y en el asiento junto a ella estaba su sombrilla de un rojo brillante, lista para usarla. La belleza e inocencia de este cuadro hizo que el pastor sonriera para sí, al comprender la fe de esta jovencita, de la cual al parecer carecía el resto de las personas presentes. Por que el resto había venido a orar pidiendo lluvia… ella había venido a ver la respuesta de Dios. (La sombrilla roja. Alice Gray)
III. Había un trapecista muy habilidoso, cuyo espectáculo se desarrollaba en lo alto de las cataratas del Niágara. El hombre colgaba un cable de un extremo al otro y se balanceaba caminando de polo a polo. Un día frente a la multitud que ya se agolpaba para ver el espectáculo decidió añadirle algunos grados de dificultad al show. Se dirigió a la multitud: -Ustedes me han visto caminar de un lado al otro descalzo, en bicicleta, con los ojos cerrados. Y han visto que siempre completo mi desafío. ¿Quieren ser testigos de algo más extremo?- La multitud llena de entusiasmo y alegría le respondió con un sonoro -¡Si queremos, hazlo!-
Acto seguido nuestro trapecista toma una carretilla y la llena de bloques de concreto, haciéndola muy pesada. Se dirige al público y pregunta: -¿creen que podré pasar al otro lado con esta carretilla que ahora pesa el doble de mi peso corporal?- La multitud aclamó: -¡Si lo harás!, ¡estamos seguros!, ¡hazlo!- Efectivamente, el trapecista con suma facilidad logra pasar rápida y equilibradamente al otro extremo de la cuerda. Los aplausos, gritos, vítores y ruido de las personas presentes era aún más ensordecedor que el sonido de las propias cataratas. Había sido un éxito.
Acto seguido, con la carretilla ya vacía, les pregunta: ¿Creen que podría hacerlo con una persona dentro de la carretilla?- Todo el mundo respondió al unísono: -¡Por supuesto que puedes!- A lo que el hombre dice: -¿Quién se atreve a subir? ¿Quién será el valiente?-
Como era de esperarse hubo un silencio sepulcral, nadie se atrevió a ofrecerse, nadie quiso aceptar el desafío. De repente, de la nada, se levantó una mano, y tímidamente se escuchó un -¡Yo lo haré!- Un chico de unos 12 años, delgado, pero valiente había aceptado el desafío de subirse a la carretilla con este intrépido trapecista. Acto seguido, subió y nuestro
héroe se dispuso a cruzar la cuerda una vez más. La gente contuvo el aliento por segundos que parecieron una eternidad, ¡hasta que el hombre y el joven cruzaron sanos y salvos hasta el otro lado!
La multitud aclamaba de una manera como nunca antes, fue todo un día increíble para el trapecista, el joven y el público. Al descender el chico, le preguntaron de dónde había sacado el valor, la confianza, el atrevimiento para hacerlo. El respondió simplemente: -El trapecista es mi papá-. (El trapecista sobre el Niágara. Anónimo)
IV. Nació en una oscura aldea, hijo de una campesina. Creció en otra aldea, donde trabajó como carpintero hasta que tuvo treinta años. Entonces, durante tres años fue un predicador itinerante.
Jamás escribió un libro.
Nunca ocupó un cargo.
Jamás tuvo una familia ni poseyó una casa.
No fue a la universidad.
Nunca se alejó 200 millas del lugar donde nació.
No hizo ninguna de las cosas que uno asocia con grandeza.
No tenía más credenciales que a sí mismo.
Sólo tenía 33 años cuando la opinión pública se viró en contra suya. Sus amigos lo abandonaron. Fue entregado a sus enemigos y le hicieron una parodia de juicio. Lo clavaron en una cruz en medio de dos ladrones.
Cuando estaba agonizando, sus verdugos echaron suertes por sus ropas, la única propiedad que tenía en la tierra. Cuando murió, lo enterraron en una tumba prestada por la misericordia de un amigo.
Veinte siglos después todavía es la figura central de la raza humana, el líder del progreso de la humanidad.
Todos los ejércitos que alguna vez marcharon, todos los navíos que alguna vez navegaron, todos los parlamentos que alguna vez se reunieron, todos los reyes que alguna vez reinaron, todos juntos, no han afectado la vida del hombre en la tierra tanto como esta única Vida Solitaria. (Una Vida Solitaria. autor desconocido.)
“Es pues la fe, la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” Hebreos 11:1
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